Distinto Tiempo, Lugar Nuevo (Crónica egoísta de una regata)

 Por: Enrique Rodríguez Castelli

-I-

(Arría Pe) “Estoy largando”, grita el timonel. El trimmer de genoa gira freneticamente la manija del molinete e instintivamente grita, “Pollera!”. Con la vista clavada en la base del genoa, apenas confirma que el proel ya se encuentra en sotavento, levantando la base de la vela que deposita a barlovento de los candeleros.

Este que nos toca vivir, es un día impredeciblemente soleado, con quince nudos del Sur que saben a gloria, luego del chubasco de la noche.

Cazo la escota de mayor mientras recito: “treinta, veintinueve, ojo a sotavento”. El timonel gira por un instante la cabeza y responde casi simultáneamente con una derivada, que cierra el camino a un rival que, silencioso y con inocultable picardía, pretendía colarse por ese hueco, para lograr una posición ventajosa. “Veinte, diecinueve, dieciocho…” nos pasamos –pienso- “Filo mayor?” Mi pregunta, que debo confesar, era más un ruego que una colaboración, queda huérfana de respuesta. “…tres, dos, uno, top”. Busco con desesperación el mástil de la comisión y me cercioro. Robándome ahora el protagonismo y con la certeza del converso tranquilizo a todos  con un: “No hay bandera de barcos pasados”.

Una vez más, el timonel nos regalaba una excelente largada, en el lugar elegido y previamente consensuado; “Bien Pibe”, le asesto recibiendo como respuesta una mueca de orgullosa suficiencia.

-II-

Sentado sobre la brazola, con una mano en el traveller y la izquierda en el fino de mayor, clavo alternativamente la vista en las lanitas y en el borde de ataque. Convencido con la justeza del trimado, alcanzo un anónimo cabo que, en poco tiempo más, será bautizado de barber.

La flota se va organizando y cada barco busca su lugar para navegar. Coincidimos entre los de “la oficina” que no nos conviene juntarnos con los de sotavento, ya que algunos son más veloces y de llegar a proa podrían desventarnos. Debemos mantener el rumbo de escotas abiertas hasta la marca, evitando achicar distancia lateral. “Como sentís el barco” –pregunto. La respuesta me reconforta, siempre se tiene esa ansiedad con un barco nuevo para uno, pero parece que la velocidad es bastante buena.

-III-

Apaciguado el espíritu y establecido el barco, me responsabilizo por el incumplimiento de los compromisos asumidos. Con sincera culpa me doy vuelta y ahí lo veo adrizando. Le había jurado estar con él en la banda, pero –una vez más- la regata me atrapó. Buscando su complicidad le revuelo el pelo. “Todo bien Piojo?” La sonrisa escapándosele de su boca morosamente despoblada, como consecuencia de las recompensas cobradas al Raton Perez, es suficiente respuesta. Está felíz! Cómo no estarlo si está viviendo su primer regata, como yo hace muchos años. Nunca olvidaré la largada, los inmensos bloques de Ciudad Universitaria y el vértigo de la escora, sentado en el puente del traveller con los pies clavados en la brazola. Era, según recuerdo, una ceñida hasta el hoy extinto “Marciano”. También recuerdo el miedo que tenía, ya que a la escora se sumaba una ola de consideración que rompía en la proa y recorría el corredor de barlovento. Yo jamás había navegado así, más acostumbrado a rumbear por un Lujan, entonces menos concurrido, o a la seguridad de mis primeros pasos en Optimist. Aquella vez, igual que ahora, navegabamos con Mayor a tope y Genoa uno, ambos –obvio- de dacron. Ese día gris terminó en chubascos que mi “Tempex” y mi cuerpo no resistieron y fui condenado a ingresar a la cabina, cumpliendo mi pena como testigo del baile acompasado de la “Bellatrix” o parado en la cama de sotavento con la esperanza de batir  a ese otro Victory 34. 

-IV-

            “Muchachos, hay que decidir qué hacer con los barcos de proa”, ordena el timonel. El trimmer propone con sensatez, acercarse por sotavento, bien pegados a su espejo para derivar a último momento y minimizar los efectos del cono. “Es una posibilidad” respondo, “pero temo que cuando nos vean, empiecen a orzar, sin entender nuestras intenciones, veamos qué hacen pero no les orcemos todavía”. Miro el GPS, la velocidad es muy buena pero estamos algunos graditos arriba del rumbo. Bajo a mirar la cancha a sotavento y coincidimos con el Trimmer en que el viento tiende a calmar, por lo que toda racha debe aprovecharse para derivar el rumbo, con la mayor velocidad posible. Algo de esto sabe, pienso y me acuerdo que fue quien fabricó las velas con que corrí aquella regata a San Juan.

Una vez más lo miro y está charlando animado con los restantes tripulantes, mordiendo el alambrado, con las patitas colgando y me río recordando cuando, acostados en su cama, le pedí que fuera de la partida. Cómo olvidar su respuesta interrogativa: “Y vos papi cuántos años tenías cuando corriste tu primer regata?”. “Tendría nueve”, le contesté inseguro. “Entonces yo voy a ser mejor que vos, porque empiezo antes”, me retrucó; Seguro que sí, recuerdo que le prometí.

El proel pregunta –una vez más y en todo su derecho- qué globo vamos a poner. Cómo contestarle que ésta también es la primer regata del barco y que uno de los dos spi no lo he sacado aún  de la bolsa; Estará entero? Apremiados por la cercanía de la boya, resolvemos que el ya conocido 0.60 será adecuado. Cualquier cosa –me prometen con los dedos indisimuladamente cruzados- “hacemos el peeling”. Cierto es que sopla  menos que cuando largamos.

-V-

La derivada trae consigo la  explosión cromática de spis y en esa maniobra pasamos unos cuantos veleros más chicos, que –enfrascados en la disputa- su quedaron desventados entre sí. El timonel me pide con insistencia que le “invente” rachas, un desafío que –a poco que miro para barlovento- parece difícil de cumplir. Miro a “mi pibe” sentado cerca de los obenques de babor y se lo nota contento, absorviendo conversaciones “de grandes”. No logro entender el contenido del dialogo, pero se trata de una charla de amigos que –seamos benevolentes- le quintuplican la edad. También recuerdo el orgullo que yo sentía corriendo con aquellos tipos mayores, en el medio del río y con la explícita autorización de putear e incluso emitir otro tipo varoniles expresiones sonoras, despenalizadas única y exclusivamente en esa específica jurisdicción. Me empiezo a arrepentir de haber implorado por una regata tranquila ya que Eolo, sin dudas ofendido por mis plegarias, empieza a cobrarse venganza emprendiendo la fuga. Comienzo entonces a recordar otros cruces regateros que -a su edad- me resultaban eternos, sentado sobre la cada vez más dura cubierta, en sotavento y esquivando la base de un  genoa siempre resuelto a despeinarme.

“Como una Gacela herida!” lo atajo instintivamente mientras emprende la caminata a popa pidiéndome que lo ayude a deshacerse del pantalón de sky, devenido en improvisado y caluroso traje de agua. Esa fue, durante mucho tiempo, una metáfora que no entendí. Eran épocas de tele blanco y negro, con una mano en la antena y otra en el control vertical. Tiempos en que el “Natio” no existía y a la revista de la Geographic Society, la conocí soportando la adormeciente música clásica que, como presaguio del torno que se vendría,  invadía la sala de espera del dentista. Nunca me gustaron demasiado los animales.

-VI-

            Muchos somos los que a bordo tratamos de exprimir al máximo, ese recurso escaso y probablemente inexistente, en que se ha convertido el viento. Cierto es, de todas formas, en que se convierte en uno de los cada vez menos frecuentes momentos en que, se reivindica a los hoy perseguidos fumadores. En efecto, incluso somos insistentemente invitados por otrora recalcitrantes defensores del aire puro, a encender un pitillo para ver de dónde cuernos sopla. Todo se intenta en aras de la velocidad y comienzan las discusiones en torno a la altura ideal de tangón, la tensión apropiada de vang, el justo cazado de la mayor y la dirección del …humo.

            A popa todavía hay viento, pero la indiscutible parálisis de los barcos de proa, cuyos espejos se agrandan, con idéntica proporción al espíritu que comienza a fluir a bordo, nos convence que de continuar con el mismo rumbo, el desenlace será fatal. Cierto es, sin embargo, que los barcos mayores se verán perjudicados por ésta calmurria que nos pone a todos en la misma zona, desconociendo las horas de navegación pasadas.

 

-VII-

            Arriba el Light y abajo el Globo. “Viro, todos sentaditos a sotavento” implora el timonel. Mientras cazo el genoa, veo que el marinero aprendiz, en actitud responsable, es de los primeros en cruzar agazapado la linea de crujía y, ahora sentado en la banda, pretende que, niño al fin, las olas le mojen las zapatillas. La flota se divide entre quienes viraron a buenas buscando el Norte y aquellos que persistimos con las malas.  El GPS canta que, como siempre, la bajante del Uruguay es descomunal, pidiéndonos incluso apuntar por encima de las islas. Descreído bajo a confirmar el waypoint sólo para admitir la injusticia de mis dudas. Mientras pasamos a un desesperado rival encalmado a pocas esloras, le imploro al Piojo que se calme, “falta poco, ya estoy viendo Madariaga” le juro. Mientras me mira desconcertado, lo tranquilizo “Me equivoqué, cierto que vamos a Colonia y no a Pinamar” le admito con fingida seriedad.

            De a poquito, el NE se empieza a afirmar y aquellos que optaron por el Norte comienzan a sufrir las consecuencias, ya que su barlovento ha dejado de ser un capital deseable. En efecto, a medida que avanzamos, comienzan a caer a nuestra popa, gracias a que la intensidad y dirección del viento, nos permite un rumbo más orzado, con mejor aparente.

            Si bien la antena de Colonia no le es desconocida invito al debutante grumete a buscarla, más para entretenerlo por algún tiempo, que para entrenarlo en las virtudes de Rodrigo de Triana. Recuerdo que también a mi, aquél día lluvioso, me ilusionaron con conocer una torre fantasmal, construida por un exótico señor, que –según se me informó- había aterrizado en globo, en aquél paraje desconocido.

            La regata empieza a definirse, con el viento afirmado y pese a la correntada, la tarde es soñada, mientras consumimos los últimos tramos de la ceñida hacia la escollera. Disfrutamos el final de la travesía a buena velocidad y el cornetazo de la llegada se confunde con los aplausos y saludos de nuestras familias, apostadas cerca de la baliza.       Quiero gritarle a la madre que todo fue bárbaro, pero me resigno frente a la distancia y al ruido del motor que ya he encendido. Grande es mi alegría viendo al Piojo tironeando la relinga de la mayor y colaborando con la arriada como un tripulante más. Lo veo en efecto, decidido. Doblando, por primera vez, los duros pliegues de la vela y me convenzo que ha de haber crecido mucho en ésta travesía, en la que evidentemente se ha graduado. 

-VIII-

            Ya amarrados y con huéspedes a bordo, la mamá pregunta ansiosa cómo fue todo, mientras abraza al chiquilín. “Bárbaro, anduvimos bastante bien”, la conforto. Ella, mujer al fin, me aclara que su pregunta estaba destinada a conocer el desempeño de su vástago. Precisa que a eso, exclusivamente, se refería. “Ah, él? Muy bien, muy bien” repito. Si el que más la disfrutó fui yo.-

Noviembre 2005.-