Enviado por Oscar~Alba on Mayo 15, 2001 at 02:14:12:

No son abrumadores los recuerdos hermosos de mi infancia.

Pero hay uno que si, es muy especial.

Los paseos a la Isla Paulino.

Creo que los paseos comenzaron cuanto yo tenia unos cuatro años

Los domingos de verano, aun con la fresca, nos subíamos al tranvía de madera con mis viejos.

El que bordeaba la petrolera.

Me sentaba en el fondo, porque mirando por el pasillo hacia delante, veía oscilar la otra punta.

Como si una enorme mano lo retorciese.

Al arrancar el viejo cascajo por la calle 60, con un volantazo del motorman, una vocecita que me cuchicheaba dentro me decía: Allá vamos, rumbo al lejano Berisso, a la Isla Paulino!!

En la amarra de la colectiva, frente al Swif y el Armur, sacar el boleto y esperar en el muelle era llevadero.

Me ponía a adivinar, mirando los pasajeros, quien era quien.

Quien lugareño de la isla, quien turista, quien pescador, quien bañista.

Quien amable y alegre, quien seco y huraño.

Muy contento me ponía, si alguien de mi edad veía.

En la lancha, me sentaba cerca del motor.

El que vivía en esa caja mágica, que resoplando, como saltitos pegaba.

Relogeaba al conductor, o con la jetita apoyada en la ventana, el río veía pasar.

Para mí, el Canal de entrada al puerto, era el Amazonas.

Allá lejos, el Río de la Plata, el mar.

Cada ves que navegábamos por el Río Santiago, yo le pedía a mi madre, que me contara la historia.

La historia de los barcos hundidos.

La de los cascos enormes como rascacielos, inclinados y oxidados.

Con sus panzas varadas en el barro, que me miraban al pasar.

Para mi pequeña cabecita, eran monumentos.

Monumentos a la vida adulta, al trabajo, al coraje.

Testigos abandonados, quizás traídos de lugares remotos, donde serias aventuras se vivieron.

Donde señores mayores jugaron su vida o su honor.

Esa cosa de ser grande y no llorar.

Siempre la ultima pregunta era: ¿De quien son?.

Tenia la secreta esperanza que me dijeran: De nadie.

Pero siempre mi madre respondía: De alguien.

Temprano aprendí, que para tener uno, comprarlo tendría.

Ya en el largo muelle de la isla, me embobaba observando las vagonetas descansando, abandonadas en sus rieles.

Las que años atrás habían sacado fruta a carradas, de las entrañas de los montes, hasta las chatas del canal.

Yo me imaginaba la isla como un pequeño mundo burbujeante, lleno de gente trabajando, cantando.

A veces, al ver alguna con aires de reciente uso, entusiasmado preguntaba a mis padres, si era que la fruta a la isla había vuelto.

Jamás me perdía un paseo en vagoneta.

A mis ruegos, mi viejo me depositaba en el fondo de una caja, y simulando hacer un tremendo esfuerzo, me arrastraba por los rieles.

Marinero, quintero o... ferroviario, eso iba a ser yo.

Llegar por el monte a la playa era divertido.

Corríamos como locos desaforados.

El que llega primero, se baña, y al que llega ultimo... se lo devoran los mosquitos.

Millones formando nubes nos perseguían.

Riendo y a los gritos, sabiendo que me dejaban ganar, al llegar tiraba la ropa en la playa y me zambullía, cuando correr ya no podía.

A la tarde, la mayor aventura, era caminar despacio, muy despacio por la playa.

Iba desde una punta a la otra de las lonjas de agua, que el río dejó atrás.

Buscando la estela de un pez, un huidizo pez que acorralaría en la orilla.

Pescadito, que con mis manitas chiquitas, de la lonja de agua sacaba.

Me pasaba horas mirando al pobre bicho, nadando en un pozo con agua.

Al irnos, abría desde el pozo hasta el borde de la playa, un profundo y largo canal.

Ancho, ancho, como el del puerto.

Pues no, pescador,... pescador no seria.

Y al mirar al pez coletear por la zanjita hacia el río, la vista al final levantaba.

Allá a lo lejos estaban los barcos.

Los que no se hundieron.

Los que eran de otros.

Los que yo un día... quería navegar.

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Escribo, y ahora que me doy cuenta, tampoco fui marinero ni quintero, y menos ferroviario.

Es que esta tarde recorrí la Paulino por su costa del río abierto, con el gomón.

Con el río alto y muy tranquilo, entrando en cuanto recodo hay en la playa, llegue hasta Palo Blanco.

Mas que relatarles mi paseo, me pareció mejor contarles la Paulino de mi infancia.

Esa que aun resiste en mi cabeza, a pesar de los años transcurridos, a pesar de las volteretas de mi vida.

Y ahora que lo pienso, del mundo también, pues pasaron 43 años.

Que tengan un Buen Lunes.

Nos vemos el sábado.