El PezPerrito

Enviado por Oscar~Alba desde proxy.ia2.marketscore.com (66.119.34.39) el Lunes, 25 de Noviembre de 2002 a las 0:30AM :

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Transcurre diciembre y es sábado.

Paso la tarde con varios amigos en el concurrido arroyo Ballenas.

La paso bien, amparado con la tibia cobija de la amistad.

Cuando la tarde va terminando, Ricardo y Andrea me invitan a cenar en el Black Jack.

Son las veintiuna cuando llego al velero y amarro mi gomón en la popa.

Queda el chinchorro de goma flotando, como una cáscara de nuez, en el espejo del CNSF a la luz de la luna.

Después de charlar un rato, mientras ponemos la mesa, salgo a la bañera del velero para ver el fusible del VHF, que cuando transmito... vuela por los aires.

Y cuando salto al bote lo escucho...

Escucho un gemido allá a lo lejos, en el fondo del espejo.

El gemido de un cachorrito, de un perrito que llora.

Llora con ese sonido inconfundible de reclamar a alguien.

Se lo olvidaron, se perdió... o lo abandonaron.

Desde el gomón le grito a Ricardo medio en broma, medio en serio: ¿No queres un perrito?

Cuando vuelvo a la cabina con el fusible quemado en la mano, mi amigo me cuenta una historia de hace unos meses.

Una historia de un Pastor Alemán, una historia que termino mal.

Un cachorro regalado por un tío, impuesto de sopetón, que creció, creció... y creció.

Me cuenta del drama para los pibes y para ellos... de desprenderse del perro.

Mientras seguimos charlando vuelven los chicos con Andrea, que fueron a dar una vuelta por tierra.

Vuelven tranquilos, ya comieron y se tiran a ver un video en las cuchetas de proa.

Reviso el fusible y me doy cuenta porque saltaba:

Los repuestos que colocaba eran de medio amper... y va uno de dos amperes.

Ricardo hurguetea en un cajón, me alcanza uno correcto y me voy a colocarlo.

Estando arrodillado en el piso del gomón escucho un chapoteo.

El ruido en el agua se va acercando, cada ves más sonoro... y vuelvo a escuchar el gemido.

Miro la superficie del espejo, pero no veo nada.

Sigo buscando al tacto el maldito porta fusible bajo del asiento.

Me acuesto boca abajo en el piso para encontrarlo.

Y cuando apoyo la cabeza en el pontón mirando distraídamente el agua... lo veo pasar.

Veo pasar frente a mis ojos... al PezPerrito nadando.

La primera impresión es de estar viendo una laucha o una rata.

La cabeza es diminuta, con un hociquito feo, largo y de abundantes bigotes.

El bicho da vueltas en círculos y me mira con unos ojos enormes para su tamaño.

Me mira y gime cada vez que pasa cerca...

Aun azorado le pego un manotón y lo saco del agua a la luz del gomón.

Realmente es horrible, o al menos muy extraño.

El pelaje es como el de una gallina bataraza, como jaspeado.

Pero los colores se entremezclan, con pelos naranjas, negros y blancos sin solución de continuidad.

Tirita de frío y le castañean los dientes, pero automáticamente en mi mano deja de gemir.

Cuando termino de salir de mi asombro, lo levanto en alto tomándolo por la panza y le grito a Ricardo: ¡Mira... mira que encontré!!

Brillan el hociquito y las manitas sobresaliendo apenas de mi palma, con el reflejo de la luz.

En el otro extremo de mi mano casi cerrada aparece un corto, muy corto rabito pelado.

La cara de Ricardo en la luz de la cabina, pasa del asombro con la boca abierta... a un gesto:

Con el pulgar me señala hacia la proa dentro del velero.

En las cuchetas están los pibes... y me acuerdo de la historia contada hace un rato.

Dudo, pero apuesto a que ya no gemirá, entonces lo seco un poco y salto otra vez al velero.

Paso por la banda de babor hacia la proa mientras voy pensando en que... no sé que hacer.

Esa noche voy a ir a dormir a la Chata...

Allá en el fondo del Arias los Biyoli ya tienen mas perros que sauces...

Salto a tierra por la delfinera y me voy hasta la caseta del marinero del club... perro en mano.

El marinero es un señor mayor, expresivo como una lombriz.

Le pido un trapo, unos diarios para secar y cobijar al cusquito.

Aparece alguien de prefectura, muy locuaz el uniformado, pero tal cual aparece... desaparece.

Cuando lo estoy secando con un trapo de piso, alguien dice a mis espaldas: Pobre bicho!!

Pienso automáticamente: Me salve!, alguien que se quiere hacer cargo...

Me doy vuelta y es Ricardo que vino detrás de mí...

Me propone que lo llevemos a las parrillas, cree recordar que El Duro esta asando con amigos.

Arrancamos para allá y pongo al perro en el piso.

Viene detrás como un yo-yo, como una bolita.

Cruza nuestro camino una pareja con rumbo incierto y el PezPerrito los sigue.

Con Ricardo nos miramos... y hacemos mutis para las amarras.

Yo me voy justificando con aquello de que no puedo hacerme cargo... de cuanto desvalido encuentre.

Ya estamos comiendo en la bañera del velero un suculento pollo, cuando desde el borde de la amarra se escucha otra vez el gemido.

La pareja no le dio pelota...

El río esta bajo, el borde de cemento esta muy alto sobre la delfinera del velero.

El agua debe estar a mas de dos metros de ese borde.

Me paro y observo al PezPerrito gimoteando allá arriba, como una miniatura de mesita de luz, en el filo del hormigón.

Y veo que, sin tomar envión alguno, salta...

Andrea grita: Se cayo!!

Se tiro!!!, le corrijo.

Aun sin poder creerlo veo como avanza nadando a lo largo del velero y... no entiendo dónde va.

Cuando llega al gomoncito comienza a rodearlo y ahí sí entiendo.

Busca el mismo lugar donde abordó.

Tomo un buen trozo de pollo y salto al gomón.

Lo saco del agua y apenas lo pongo en el piso me saca el pollo de la mano desesperado.

Se echa y comienza a comerse una presa casi más grande que él.

Lo envuelvo con una toalla y me vuelvo a seguir cenando.

El PezPerrito come como si nunca lo hubiese hecho.

Charlamos un rato sobre la aparición y pronto nos olvidamos del cuzco, derivando en otros asuntos.

Cae Pepe, que es el Comodoro del club.

La charla se hace más amena aun, pero yo, en algún lugar de mi cabecita sigo pensando en el PezPerrito.

De nada sirve preguntarle dos o tres veces a Pepe “si él, como Comodoro, es responsable en el club... de todo lo que flota”

Desconfía y me dice que en esa pregunta tan insistente “hay gato encerrado”

Le digo que no, que hay perro encerrado... y se lo muestro.

El perro duerme bajo la toalla, tiene una panza que parece embarazado.

Del pollo no hay ni rastros...

Pepe comienza a reírse fuerte y le decimos que baje el tono, que se van a despertar los pibes en la proa.

No hay caso... Pepe tampoco quiere un perro.

La cuestión es que charlando se hace la una o dos de la matina.

Y yo me tengo que ir...

Ricardo me insinúa que deje al perrito en tierra, que alguien tarde o temprano lo va a recoger.

Le digo que lo tendrá toda la noche nadando y gimiendo alrededor del velero...

Me despido, me cargan conque a mí me pasan cosas raras.

Les encomiendo que les cuenten a los pibes cuando despierten... que encontramos un PezPerrito Autentico.

Me voy pensando que, si lo revoleo en medio del río me voy a sentir un perfecto hijo de puta, y si me lo llevo un reverendo idiota...

Prefiero lo de idiota y avanzo por el Lujan.

Ni me doy cuenta que ya atravesé Tigre pensando que hacer...

En lo de los Biyoli, donde está la Chata, no solo tienen un montón de perros, sino que hay uno grandote y jodido que se haría un sándwich con el perrito...

Mientras me deslizo planeando en la quieta noche, desde el fondo del gomón veo dos bracitas, como de cigarros, que me miran.

El cuzco esta despierto y va a los tumbos por el piso, pero no deja de mirarme.

Ruego que no vomite el pollo...

Lo tomo con la toalla, lo enrollo en ella como un matambre y lo pongo en mi regazo.

Al contacto de mi mano derecha se duerme otra vez.

Al rato no solo duerme sino que sueña... mueve frenético las patitas y gime bajito.

¿Estará soñando que nada?

Voy mirando las casas de la orilla... cuando encuentro como safar, que hacer...

Buscar una casa que tenga pinta de fin de semana y que parezca habitada.

Sus ocupantes se encontrarán con “el regalo del río” y se lo llevaran como recuerdo...

Encuentro una, acorde con lo que busco en la margen de estribor, y atraco al embarcadero en silencio, con el motor parado, como los chorros.

Me voy parando en cámara lenta con el bulto del perro entre las dos manos.

Lo elevo y dejo en el borde de la alta amarra de madera... y espero.

No se mueve, no gime, duerme.

Con un brazo pego un empujón contra un pilote del embarcadero y derivo hacia el centro del río.

Prendo el motor y en ese exacto momento escucho... un perro al agua.

La toalla flota semihundida en el Lujan, mientras el campeón de saltos olímpicos nada hacia mí...

Lo recojo, abandono la toalla que ya se hunde y me voy de allí murmurando: No puede ser, no puede ser... no puede ser!!!!

Hasta ese momento, el PezPerrito me había despertado un sentimiento de pena, entremezclada en forma confusa con asombro y en lo más recóndito... bronca.

¿Cuantas personas en el mismísimo Delta se joden de hambre y abandono?

Y yo haciéndome cargo de un cuzco feo...

Pero el bicho tenia lo suyo...

Para ahogarlo habría que atarle un cascote al cogote... o molerlo a martillazos.

En su desesperación es de lo más perseverante...

Pero... ¿y de donde saca la valentía para saltar de semejante altura?

¿Y nadar como lo hace?

Me doy cuenta que me está pasando lo peor... el perro me comenzó a simpatizar.

Esta vez se acomoda solo entre los bártulos de la proa, se mete dentro de una bota de lluvia.

Con el hocico sobresaliendo de la bota, al rato se duerme otra vez.

¿Que me queda?

Lo de Biyoli descartado.

Probar con otro embarcadero no sirve, va ha pasar lo mismo.

En casa ya tengo al José, Labrador de seis meses...

Solo me queda Dique Lujan en el camino a la Chata.

Aun no sé que voy ha hacer en el Dique... cuando ya estoy llegando.

Por lo menos sé que allí el PezPerrito tiene mas futuro.

Cuando amanezca, en domingo se llena de gente que va a buscar su embarcación a la guardería.

Muchos turistas y lugareños esperan allí las lanchas colectivas para ir a las islas.

Esta el puesto de Prefectura, que supongo con guardia continua.

Muy cerca está la arenera con los marineros de las chatas, y también suele haber multitud de gentes pescando los fines de semana.

Alguien...

Esta vez atraco despacio pero sin apagar el motor, no sea cosa que los de Prefectura me vean y levante sospechas con tanto silencio.

Me siento raro, soy la única cosa que se mueve quizá en kilómetros a la redonda.

Ya en tierra recuerdo que allí también hay perros.

Me quedo esperando, pero estos no aparecen.

Tampoco aparece el sereno o alguien de prefectura.

Doy vueltas con el cuzco en la mano mirando sin saber que busco.

Y al final lo encuentro... amarrada, flotando en el agua.

Una hermosa lancha semicabinada, con un franco bordo mas que respetable.

Tiene unos bonitos asientos tapizados en cuerina blanca.

Una chubasquera la cubre casi toda.

Un hermoso lugar para el PezPerrito, me digo.

Abordo el gomón y con el motor en marcha me pego a la lancha.

Coloco el cuzquito sobre la cuerina y estudio unos segundos si de allí no escapara.

Lo tapo con unos diarios que encontré en el surtidor de nafta y cuando acelero... comienza a gemir.

Me siento un jodido, un traidor en medio de la noche del Dique Lujan... pero me voy igual.

Que joder!!!

Voy remontando el comienzo del canal Arias y el gemido se pierde.

En la noche silenciosa del Delta... me siento culpable.

Me lleva varios minutos convencerme que hice lo mejor, que otra salida no tenia.

Ya en la Chata, tomando unos mates a la luz del farol de kerosén, me pongo filosófico.

Me pongo a pensar cuantos somos PezPerrito en las ciudades.

Pdata.

A la mañana siguiente volvería al Dique para marcharme a La Plata.

Saludaría a todos y desarmaría el gomoncito en silencio.

A sabiendas que era algo tonto, me la pase esperando escuchar un gemido.

Ni gemidos ni rastros del perro...

Cuando ya salía con el coche no me aguante mas y le pregunte por la ventanilla al encargado:

¿No viste por acá un perrito muy chiquito?

A síiii... se lo quedo el Gordo, y me señala al boletero de las lanchas colectivas.

El Gordo es un tipo ancho y retacón.

Tiene algo en común con el PezPerrito... es feo a mas no poder.

Tiene una corta frente, ojitos saltones, una naricita insignificante en medio de la cara y una bocaza enorme.

Tiene cara de sapo o escuerzo el Gordo... pero me consta que es muy buen tipo.

Dicen que los perros se parecen a sus dueños.

En la fealdad ya esta echo... son tal para cual.

Solo espero que el Gordo sea tan perseverante como el PezPerrito.

Porque eso sí...

Al Gordo no lo veo haciendo picados en el Lujan... desde un embarcadero.

Que comiencen Bien su Lunes.

Oscar.