Una Flor en el Delta.

----------------------

Ya no tengo conciencia del tiempo, ya no sé cuanto hace que zarpe desde la Chata, allá en el Canal Arias.

Pero hace horas que avanzo navegando bajo la lluvia continua, a veces finita, a veces torrencial.

No tengo ganas de mirar el reloj bajo la manga de la campera impermeable.

Ya bastante con pasármelo mirándolo en la ciudad...

Aquí la única hora que importa... es la marcada por el ruido de mis tripas por hambre y la de mi perro José.

La hora de comer con hambre verdadera, o la de dormir por el purificante cansancio, o la hora de orinar antes de reventar.

Es que “Fulgencio”, mi otro yo, el que quiere cumplir con los "quiero" y no con los "debo", ha invadido mi cuerpo y alma... tan urbana ella.

Hasta las uñas me a tomado...

Pues están sucias de barro... y no me importa.

En este momento, estoy recorriendo con el gomoncito de 2,70 el largo Canal Arana.

De ves en cuando voy prendiendo la bombita eléctrica de achique.

No es que me moleste el agua de lluvia que se junta en el piso, tengo puestas las botas y el equipo completo de agua.

Es que los cuarenta litros de nafta, mas lo mismo en peso de José, mas el fondeo, mas la nueva planchada de terciado donde viaja el perro, la carpa, las bolsas con ropa, con comida, mas... el agua a bordo es demasiado peso y el gomón se apopa demasiado.

Y resulta que no quiero poner el fuera de borda al mango... el ruido estrepitoso me arruina el encanto de la marcha.

Voy navegando algo adormilado por la rectitud del canal, como en un ensueño.

Llevo la velocidad constante, apenas planeando.

Las copas de los árboles del monte en las orillas me dan sensación de abrigo, de custodia, pasan uno tras otro, uno tras otro como gigantes que me miran...

Durante un rato pienso en llegar a algún punto... y acampar.

Y en otro momento... en solo estar.

Estar yendo hacia...

No sé donde... a ningún lugar en especial.

Gracias al andar monótono, José no tiene que preocuparse por hacer equilibrio.

Viaja enroscado, echo un ovillo sobre sí mismo, en la planchada de la proa.

Va con el lomo expuesto a la lluvia y al poco viento que pega desde proa.

Tiene el hocico entre las patas, calzado en lo mas profundo de su ingle.

Esta haciendo algo de frío y mi mano derecha, la que no trabaja, la siento entumecida.

La meto un rato donde el hocico del perro, y allí me la caliento.

Allí dentro... el mundo es un horno.

Le retribuyo haciéndole alguna cosquilla al retirar la mano.

José ni se inmuta.

Unas dos veces hago una maniobra para esquivar troncos.

La lluvia que golpea en el espejo de agua lo desdibujan, me impide verlos desde lejos.

Una de las piruetas es muy brusca y José abre los párpados.

Estaba dormido profundamente, pues tiene los globos de los ojos casi dados vuelta.

Los endereza mientras abre los párpados.

Me mira, levantando apenas la cabeza, dudando si poner cara de al3rta, levantando las orejas flácidas... o volver a dormir.

Por enésima ves me pregunto si mi jeta le delata algo.

¿Porque me mira a los ojos?

Sé que por ellos sabe, si estoy contento o enojado, de eso estoy seguro.

Se que me conoce él mas a mí... que yo a el.

¿Pondré cara de “agarrate Catalina”, en un momento de peligro?

“No pasa nada José, seguí durmiendo...”, le digo, como si me entendiera textualmente.

Respondiendo a la voz calma, José sigue dormitando, entre la lluvia en medio del Arana.

En realidad si pasa...

Hace un rato me arrime a una chata de carga, amarrada a un viejo embarcadero, viendo un lugareño a bordo.

Le pregunte si en la desembocadura del canal hay un recreo, como señala la carta náutica.

En la punta del canal ya no hay un... carajo, mi amigo, me dijo.

Estoy jodido, son las siete de la tarde..., me digo bajito, luego de dar las gracias.

Prendí la lucecita del gomón en popa sobre mi cabeza y seguí.

Es que quiero acampar en un lugar con “servicios”.

Me pregunto porque con servicios... y en segundos me respondo:

No me interesan los servicios... solo quiero ver gente, jetas humanas, charlar con alguien.

Me voy predisponiendo a acampar en el monte, o en alguna casa abandonada, de esas que hay miles en el Delta.

No pasa mucho tiempo cuando diviso la boca de salida del Arana.

Allí donde ningún recreo ni gente me espera.

Aminoro la marcha por si algún crucero a los pedos entra desde el río Barca.... y veo la Flor.

A estribor, sobresaliendo de un pequeño acantilado en la costa, veo decenas de kayak con sus finas proas al aire, pendiendo sobre el río.

Es como una flor de múltiples colores, con sus pétalos en abanico ofreciéndose al río Barca que corre caudaloso.

Siento algo raro.

Es como si la Flor de kayak... me estuviese esperando.

Ya es casi de noche y en la negrura adivino detrás de las embarcaciones una casa abandonada.

Por ella pululan personas de aquí para allá como fantasmas.

Una linterna, apuntando al techo de la vieja galería que se derrumba, ilumina algo la escena.

Por las voces y las risas son pibes, jóvenes.

Prendo mi linterna y enfocando hacia la orilla grito medio en broma: Eeeeyy, ¿cobran por dejarme acampar allí?

Una voz me responde riendo: hasta ahora a nosotros no... agréguese Don!!

Atraco al empinado acantilado de la costa y José salta a tierra, mientras aseguro el cabo en una raíz.

Trepa fácil por la pendiente, a mí me cuesta unas resbaladas con las botas de goma.

Se acerca el de la voz de bienvenida y José le salta a saludarlo y abrazarlo en dos patas.

El fulano lo recibe cariñoso.

El José esta contento.

Yo también...

Nos estrechamos las manos con el fulano y las preguntas se suceden.

Es flaco, viejo y barbudo como yo.

Me cuenta que son veinticuatro en veinte kayaks, dos son dobles.

Zarparon algunos de la ciudad de Zárate, otros de Campana rumbo a la isla Martín García.

Salieron a las ocho de la mañana y el viento y la lluvia les impidió avanzar más.

Coparon la casa abandonada y de las dos habitaciones elevadas, una tiene el techo y el piso enteros.

Limpiaron un poco el piso y tiraron las bolsas de dormir.

Todos harán noche allí.

Vamos charlando con mi anfitrión y subimos por la escalera hasta la galería elevada del frente de la casona.

En eso José ladra detrás mío.

A la escalera le faltan dos escalones y en la oscuridad casi total... duda en saltar.

Decido dejarlo allí abajo

Le explico a quien me acompaña, que si el perro llega a entrar a la pieza con las bolsas... jugando las va ha embarrar y mojar a todas, amen de a los pibes.

Aquello seria un festín fenomenal de sociabilidad para el José, saltando de aquí para allá entre veinte personas...

Ya en la galería estrecho las manos de algunos pibes que están mateando

Me da por explicarles que cuernos hago por allí, para eliminar alguna posible desconfianza.

Uno de los muchachos que me escucha la explicación exclama: “Ahaa!!, rajaste de la ciudad... de mierda, como nosotros”

Me alegra porque el pibe me tutea, y no debe tener mucho mas de 23 años..

Voy viendo que ya comieron a pesar de la hora, y algunos están intentando dormir.

Escucho que llegan desde la pieza, la que tomaron para dormir, algunas risas.

Son pibes y pibas, todos juntos.

Los que aun están en la galería conmigo, incluido el único “viejo” como yo, los cargan.

José ya no ladra, anda por allí abajo, husmeándolo todo.

Pido disculpas y bajo al terreno para armarme la carpa.

Busco un lugar donde solo haya matas y yuyos, los aplasto con las botas y en medio de la lluvia que sigue y sigue, armo en segundos la Iglú.

Ya dentro, preparo todo para dormir y comer.

Prendo el calentador y lleno la vasija con balanceado para el perro y lo llamo.

Cuando José asoma alegre la cabeza por el cierre abierto, con una toalla le limpio prolijamente las patas y lo dejo entrar.

Me hago una sopa en una cacerolita mientras el perro come lo suyo.

Cuando ya estoy tomando mi sopa... pasa lo de siempre.

Deja de comer y se pone a mi lado mirando fijo a ver si liga algo.

Y yo... lo de siempre, no le doy un carajo, por mas cara de lastima que ponga.

Lamento alguna ves, cuando era cachorro, haberlo dado un bocado de la mesa... creo que no se lo olvidara jamás.

Cuando estoy limpiando los trastos en el río, desde la galería una voz me invita a matear.

Algunos están desvelados y me piden que suba al perro.

Lo animo y salta el escalón faltante.

Mientras charlamos, José va saludando a todos los que están alrededor.

Algunos se ríen nerviosos, no ven venir al perro que es todo negro... en una noche negra.

Los tranquilizo, contándoles que es un Labrador, que jamás morderá a nadie.

Y me cuentan de un flaco, de un flaco allá por Zarate.

De un flaco que de adolescente, se rajo de la casa y se instalo a vivir en la vera del río.

De un flaco que amaba los kayaks y se los fabricaba él.

De un flaco que los unió a todos en su amor por el río y a esas embarcaciones.

Al final me cuentan, que de una zambullida en el río, se desnuco contra algo, hace como un año ya.

Luego de un prolongado silencio... les digo que el flaco vivió y murió en su ley:

“Como a el se le cantaba”

En la oscuridad todos asienten, mientras José ya duerme a los pies de uno de ellos.

Les cuento a mi vez mi sueño de la Chata.

Todos quisieran vivir en una Chata, a la vera del río.

Seguimos charlando y descubro que no tienen mucha idea sobre el tiempo que les espera mañana. Mañana tienen que llegar a la isla, no les queda mas remedio que llegar... o llegar.

Me voy hasta la carpa y traigo el pronostico de Tony que lo llevo impreso.

Uno lo lee a la luz de la linterna.

Algunos se ríen de algunas frases cómicas de Tony con las cuales matiza su pronostico, y todos se asombran de lo preciso y valioso.

Pero maldicen cuando Tony dice “...vientos del SE, a 15 nudos con posibles rachas...”

Para ellos es viento en contra... bien en contra.

El “viejo” decide, consultando a los que están despiertos, salir a las cuatro o cinco de la matina.

Nos damos las buenas noches y se meten en la pieza.

Bajo hasta la carpa y José, ya canchero, salta la escalera limpita de un solo salto.

Me duermo en la bolsa, mientras José sueña a mis pies que corre a alguien, o a algo.

Gime bajito y mueve frenético las patas.

Me duermo pensando que no soy el único loco que no sabe a ciencia cierta... que carajo corremos.

Como el perro, como los veintitrés pibes con el viejo.

Quizás solo lo importante es estar yendo... y no llegando.

Son las cuatro de la noche cuando creo estar soñando... estar en la ciudad.

Es que escucho cada ves mas claro una campanilla... la asquerosa campanilla de un despertador.

Caigo en cuenta de en donde estoy, cuando me giro y me clavo una rama en la espalda.

La que quedo debajo de la carpa, que no pude aplastar bien.

El “viejo” puso la alarma para despertar a todos los pibes.

Cuando salgo de la Iglú, todos los muchachos están preparando sus kayaks.

Con cuidado, van metiendo los bártulos en los estancos de proa y popa de sus afiladas naves.

Cada uno porta en la cabeza una linternita colgada de una vincha, como la de los mineros pero sin casco.

Se mueven entre las sombras y parecen luciérnagas gigantes, pululando por la casa, por la orilla.

El monte, el río, parece una escena de un cuento de gnomos laboriosos.

Llama la atención como meten las largas bolsas de dormir en los estancos, como algodón en rama.

Ya no llueve y abordo, medio desnudo, mi gomoncito que quedo al pie del acantilado.

Prendo el motor, suelto la amarra y llamo al José, que esta olfateando a los pibes en la orilla.

Me adentro unos 20 metros en el río y desde allí ilumino con la potente linterna la bajada al río de cada kayak.

Ya en el agua, cada muchacho termina por acomodarse, en todos los detalles, a la luz de mi linterna.

La escena es rara...

Es que encima José, pega unos ladridos quejumbrosos con cada kayak que cae al agua.

La Flor se va desarmando formando una larga fila de pétalos de color en el río.

El ultimo en bajar es el viejo.

Ya listo, pega el grito de partida a los demás.

En doble fila india, pasan los pibes por delante mío.

Todos saludan.

Algunos saludan al José y nada mas.

El perro les ladra cuando escucha su nombre.

El “viejo” me manda un abrazo y las gracias por el pronostico del Tony.

A todos les hago una seña con la linterna...

La apago y la prendo, como al ritmo de la musiquita: lara la... la .

Cuando pierdo de vista el ultimo pétalo de la Flor, me vuelvo a la orilla y me meto en la carpa.

Llueve otra ves.

Me duermo hasta el medio día, soñándome a bordo de un kayak... rumbo a un sol que amanece.

Y José... el José ronca y gime a mis pies.

Mueve las patas, el también sueña que a algún lado va...

Que tengan un Buen Día.

Por un Mundo mejor.

Oscar~Alba

Una Flor en el Delta.

----------------------

Ya no tengo conciencia del tiempo, ya no sé cuanto hace que zarpe desde la Chata, allá en el Canal Arias.

Pero hace horas que avanzo navegando bajo la lluvia continua, a veces finita, a veces torrencial.

No tengo ganas de mirar el reloj bajo la manga de la campera impermeable.

Ya bastante con pasármelo mirándolo en la ciudad...

Aquí la única hora que importa... es la marcada por el ruido de mis tripas por hambre y la de mi perro José.

La hora de comer con hambre verdadera, o la de dormir por el purificante cansancio, o la hora de orinar antes de reventar.

Es que “Fulgencio”, mi otro yo, el que quiere cumplir con los "quiero" y no con los "debo", ha invadido mi cuerpo y alma... tan urbana ella.

Hasta las uñas me a tomado...

Pues están sucias de barro... y no me importa.

En este momento, estoy recorriendo con el gomoncito de 2,70 el largo Canal Arana.

De ves en cuando voy prendiendo la bombita eléctrica de achique.

No es que me moleste el agua de lluvia que se junta en el piso, tengo puestas las botas y el equipo completo de agua.

Es que los cuarenta litros de nafta, mas lo mismo en peso de José, mas el fondeo, mas la nueva planchada de terciado donde viaja el perro, la carpa, las bolsas con ropa, con comida, mas... el agua a bordo es demasiado peso y el gomón se apopa demasiado.

Y resulta que no quiero poner el fuera de borda al mango... el ruido estrepitoso me arruina el encanto de la marcha.

Voy navegando algo adormilado por la rectitud del canal, como en un ensueño.

Llevo la velocidad constante, apenas planeando.

Las copas de los árboles del monte en las orillas me dan sensación de abrigo, de custodia, pasan uno tras otro, uno tras otro como gigantes que me miran...

Durante un rato pienso en llegar a algún punto... y acampar.

Y en otro momento... en solo estar.

Estar yendo hacia...

No sé donde... a ningún lugar en especial.

Gracias al andar monótono, José no tiene que preocuparse por hacer equilibrio.

Viaja enroscado, echo un ovillo sobre sí mismo, en la planchada de la proa.

Va con el lomo expuesto a la lluvia y al poco viento que pega desde proa.

Tiene el hocico entre las patas, calzado en lo mas profundo de su ingle.

Esta haciendo algo de frío y mi mano derecha, la que no trabaja, la siento entumecida.

La meto un rato donde el hocico del perro, y allí me la caliento.

Allí dentro... el mundo es un horno.

Le retribuyo haciéndole alguna cosquilla al retirar la mano.

José ni se inmuta.

Unas dos veces hago una maniobra para esquivar troncos.

La lluvia que golpea en el espejo de agua lo desdibujan, me impide verlos desde lejos.

Una de las piruetas es muy brusca y José abre los párpados.

Estaba dormido profundamente, pues tiene los globos de los ojos casi dados vuelta.

Los endereza mientras abre los párpados.

Me mira, levantando apenas la cabeza, dudando si poner cara de al3rta, levantando las orejas flácidas... o volver a dormir.

Por enésima ves me pregunto si mi jeta le delata algo.

¿Porque me mira a los ojos?

Sé que por ellos sabe, si estoy contento o enojado, de eso estoy seguro.

Se que me conoce él mas a mí... que yo a el.

¿Pondré cara de “agarrate Catalina”, en un momento de peligro?

“No pasa nada José, seguí durmiendo...”, le digo, como si me entendiera textualmente.

Respondiendo a la voz calma, José sigue dormitando, entre la lluvia en medio del Arana.

En realidad si pasa...

Hace un rato me arrime a una chata de carga, amarrada a un viejo embarcadero, viendo un lugareño a bordo.

Le pregunte si en la desembocadura del canal hay un recreo, como señala la carta náutica.

En la punta del canal ya no hay un... carajo, mi amigo, me dijo.

Estoy jodido, son las siete de la tarde..., me digo bajito, luego de dar las gracias.

Prendí la lucecita del gomón en popa sobre mi cabeza y seguí.

Es que quiero acampar en un lugar con “servicios”.

Me pregunto porque con servicios... y en segundos me respondo:

No me interesan los servicios... solo quiero ver gente, jetas humanas, charlar con alguien.

Me voy predisponiendo a acampar en el monte, o en alguna casa abandonada, de esas que hay miles en el Delta.

No pasa mucho tiempo cuando diviso la boca de salida del Arana.

Allí donde ningún recreo ni gente me espera.

Aminoro la marcha por si algún crucero a los pedos entra desde el río Barca.... y veo la Flor.

A estribor, sobresaliendo de un pequeño acantilado en la costa, veo decenas de kayak con sus finas proas al aire, pendiendo sobre el río.

Es como una flor de múltiples colores, con sus pétalos en abanico ofreciéndose al río Barca que corre caudaloso.

Siento algo raro.

Es como si la Flor de kayak... me estuviese esperando.

Ya es casi de noche y en la negrura adivino detrás de las embarcaciones una casa abandonada.

Por ella pululan personas de aquí para allá como fantasmas.

Una linterna, apuntando al techo de la vieja galería que se derrumba, ilumina algo la escena.

Por las voces y las risas son pibes, jóvenes.

Prendo mi linterna y enfocando hacia la orilla grito medio en broma: Eeeeyy, ¿cobran por dejarme acampar allí?

Una voz me responde riendo: hasta ahora a nosotros no... agréguese Don!!

Atraco al empinado acantilado de la costa y José salta a tierra, mientras aseguro el cabo en una raíz.

Trepa fácil por la pendiente, a mí me cuesta unas resbaladas con las botas de goma.

Se acerca el de la voz de bienvenida y José le salta a saludarlo y abrazarlo en dos patas.

El fulano lo recibe cariñoso.

El José esta contento.

Yo también...

Nos estrechamos las manos con el fulano y las preguntas se suceden.

Es flaco, viejo y barbudo como yo.

Me cuenta que son veinticuatro en veinte kayaks, dos son dobles.

Zarparon algunos de la ciudad de Zárate, otros de Campana rumbo a la isla Martín García.

Salieron a las ocho de la mañana y el viento y la lluvia les impidió avanzar más.

Coparon la casa abandonada y de las dos habitaciones elevadas, una tiene el techo y el piso enteros.

Limpiaron un poco el piso y tiraron las bolsas de dormir.

Todos harán noche allí.

Vamos charlando con mi anfitrión y subimos por la escalera hasta la galería elevada del frente de la casona.

En eso José ladra detrás mío.

A la escalera le faltan dos escalones y en la oscuridad casi total... duda en saltar.

Decido dejarlo allí abajo

Le explico a quien me acompaña, que si el perro llega a entrar a la pieza con las bolsas... jugando las va ha embarrar y mojar a todas, amen de a los pibes.

Aquello seria un festín fenomenal de sociabilidad para el José, saltando de aquí para allá entre veinte personas...

Ya en la galería estrecho las manos de algunos pibes que están mateando

Me da por explicarles que cuernos hago por allí, para eliminar alguna posible desconfianza.

Uno de los muchachos que me escucha la explicación exclama: “Ahaa!!, rajaste de la ciudad... de mierda, como nosotros”

Me alegra porque el pibe me tutea, y no debe tener mucho mas de 23 años..

Voy viendo que ya comieron a pesar de la hora, y algunos están intentando dormir.

Escucho que llegan desde la pieza, la que tomaron para dormir, algunas risas.

Son pibes y pibas, todos juntos.

Los que aun están en la galería conmigo, incluido el único “viejo” como yo, los cargan.

José ya no ladra, anda por allí abajo, husmeándolo todo.

Pido disculpas y bajo al terreno para armarme la carpa.

Busco un lugar donde solo haya matas y yuyos, los aplasto con las botas y en medio de la lluvia que sigue y sigue, armo en segundos la Iglú.

Ya dentro, preparo todo para dormir y comer.

Prendo el calentador y lleno la vasija con balanceado para el perro y lo llamo.

Cuando José asoma alegre la cabeza por el cierre abierto, con una toalla le limpio prolijamente las patas y lo dejo entrar.

Me hago una sopa en una cacerolita mientras el perro come lo suyo.

Cuando ya estoy tomando mi sopa... pasa lo de siempre.

Deja de comer y se pone a mi lado mirando fijo a ver si liga algo.

Y yo... lo de siempre, no le doy un carajo, por mas cara de lastima que ponga.

Lamento alguna ves, cuando era cachorro, haberlo dado un bocado de la mesa... creo que no se lo olvidara jamás.

Cuando estoy limpiando los trastos en el río, desde la galería una voz me invita a matear.

Algunos están desvelados y me piden que suba al perro.

Lo animo y salta el escalón faltante.

Mientras charlamos, José va saludando a todos los que están alrededor.

Algunos se ríen nerviosos, no ven venir al perro que es todo negro... en una noche negra.

Los tranquilizo, contándoles que es un Labrador, que jamás morderá a nadie.

Y me cuentan de un flaco, de un flaco allá por Zarate.

De un flaco que de adolescente, se rajo de la casa y se instalo a vivir en la vera del río.

De un flaco que amaba los kayaks y se los fabricaba él.

De un flaco que los unió a todos en su amor por el río y a esas embarcaciones.

Al final me cuentan, que de una zambullida en el río, se desnuco contra algo, hace como un año ya.

Luego de un prolongado silencio... les digo que el flaco vivió y murió en su ley:

“Como a el se le cantaba”

En la oscuridad todos asienten, mientras José ya duerme a los pies de uno de ellos.

Les cuento a mi vez mi sueño de la Chata.

Todos quisieran vivir en una Chata, a la vera del río.

Seguimos charlando y descubro que no tienen mucha idea sobre el tiempo que les espera mañana. Mañana tienen que llegar a la isla, no les queda mas remedio que llegar... o llegar.

Me voy hasta la carpa y traigo el pronostico de Tony que lo llevo impreso.

Uno lo lee a la luz de la linterna.

Algunos se ríen de algunas frases cómicas de Tony con las cuales matiza su pronostico, y todos se asombran de lo preciso y valioso.

Pero maldicen cuando Tony dice “...vientos del SE, a 15 nudos con posibles rachas...”

Para ellos es viento en contra... bien en contra.

El “viejo” decide, consultando a los que están despiertos, salir a las cuatro o cinco de la matina.

Nos damos las buenas noches y se meten en la pieza.

Bajo hasta la carpa y José, ya canchero, salta la escalera limpita de un solo salto.

Me duermo en la bolsa, mientras José sueña a mis pies que corre a alguien, o a algo.

Gime bajito y mueve frenético las patas.

Me duermo pensando que no soy el único loco que no sabe a ciencia cierta... que carajo corremos.

Como el perro, como los veintitrés pibes con el viejo.

Quizás solo lo importante es estar yendo... y no llegando.

Son las cuatro de la noche cuando creo estar soñando... estar en la ciudad.

Es que escucho cada ves mas claro una campanilla... la asquerosa campanilla de un despertador.

Caigo en cuenta de en donde estoy, cuando me giro y me clavo una rama en la espalda.

La que quedo debajo de la carpa, que no pude aplastar bien.

El “viejo” puso la alarma para despertar a todos los pibes.

Cuando salgo de la Iglú, todos los muchachos están preparando sus kayaks.

Con cuidado, van metiendo los bártulos en los estancos de proa y popa de sus afiladas naves.

Cada uno porta en la cabeza una linternita colgada de una vincha, como la de los mineros pero sin casco.

Se mueven entre las sombras y parecen luciérnagas gigantes, pululando por la casa, por la orilla.

El monte, el río, parece una escena de un cuento de gnomos laboriosos.

Llama la atención como meten las largas bolsas de dormir en los estancos, como algodón en rama.

Ya no llueve y abordo, medio desnudo, mi gomoncito que quedo al pie del acantilado.

Prendo el motor, suelto la amarra y llamo al José, que esta olfateando a los pibes en la orilla.

Me adentro unos 20 metros en el río y desde allí ilumino con la potente linterna la bajada al río de cada kayak.

Ya en el agua, cada muchacho termina por acomodarse, en todos los detalles, a la luz de mi linterna.

La escena es rara...

Es que encima José, pega unos ladridos quejumbrosos con cada kayak que cae al agua.

La Flor se va desarmando formando una larga fila de pétalos de color en el río.

El ultimo en bajar es el viejo.

Ya listo, pega el grito de partida a los demás.

En doble fila india, pasan los pibes por delante mío.

Todos saludan.

Algunos saludan al José y nada mas.

El perro les ladra cuando escucha su nombre.

El “viejo” me manda un abrazo y las gracias por el pronostico del Tony.

A todos les hago una seña con la linterna...

La apago y la prendo, como al ritmo de la musiquita: lara la... la .

Cuando pierdo de vista el ultimo pétalo de la Flor, me vuelvo a la orilla y me meto en la carpa.

Llueve otra ves.

Me duermo hasta el medio día, soñándome a bordo de un kayak... rumbo a un sol que amanece.

Y José... el José ronca y gime a mis pies.

Mueve las patas, el también sueña que a algún lado va...

Que tengan un Buen Día.

Por un Mundo mejor.

Oscar~Alba